lunes, 25 de marzo de 2019

“Mozart es el hombre de mi vida”- Según Anne Queffélec

La concertista Anne Queffélec actúa en Madrid dentro del ciclo ‘Las mejores pianistas del mundo’

La pianista francesa Anne Queffélec, durante un concierto en Nantes, en una imagen de archivo.


A Anne Queffélec (París, 1948) no le gusta que le aplaudan. Lo tolera, e incluso agradece, al final de sus conciertos, pero nunca entre una pieza y la siguiente. Esta gran pianista lo compara con la idea de interrumpir un largo viaje realizando innecesarias paradas en cada estación. Dos años después de rendir homenaje a su admirado Erik Satie en los Teatros del Canal, Queffélec regresa a Madrid para participar este martes en el ciclo Las mejores pianistas del mundo, con el que la Fundación Scherzo se esfuerza en alcanzar la paridad en su programa de conciertos. Desde el escenario del Auditorio Nacional, Queffélec interpretará obras de Bach, Scarlatti, Chopin, Debussy y Haendel, antes de terminar con la Sonata nº13 de su idolatrado Mozart.

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“Para mí es más que un dios. Siempre digo que es el hombre de mi vida”, sonríe la pianista, en las antípodas del estereotipo misógino de la diva, en la austera casita con jardín a la que llama hogar, situada en un callejón discreto de un barrio poco transitado al este de París. “Mozart se parece a esos grandes escritores rusos, como Chéjov o Tolstoi, que logran entrar en el alma humana y describir cada uno de sus estados. Demuestra una empatía y una ternura hacia sus semejantes en la que me reconozco”, afirma la pianista. Queffélec admite tener comportamientos que tildarían de excéntricos. El otro día detuvo a unos desconocidos en la calle para comentar “el bonito color que tenía la Luna”. Y cuando observa a alguien leyendo en el metro, siempre se acerca a preguntarle por el argumento del volumen que tiene entre las manos.
Solicitada por escenarios y orquestas de todo el mundo, esta pianista de origen bretón despuntó al ganar el primer premio de piano y de música de cámara en el Conservatorio de París a los 18 años. Más tarde, se formó en Viena con el maestro Alfred Brendel y ganó los concursos de Múnich y Leeds, premios que lanzarían su carrera. Si nunca sintió la vocación desmedida de algunos de sus compañeros de promoción, Queffélec escogió el piano porque con él lograba expresar lo que podía decir con palabras. “La música revela una realidad invisible”, afirma. La compara con un conocido cuadro de Goya que descubrió en el Prado, ese Perro semihundido rodeado de un fondo preabstracto, en el que distingue esa dimensión desconocida que cree que convive con el mundo material. Si se dedica a esto, es para poder vislumbrar ese reino misterioso. “No sé cómo uno puede hacer música con toda su alma sin creer en algo. No hace falta llamarle Dios, pero en este oficio siempre veo una voluntad de trascendencia”, opina la pianista.

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Queffélec nació en una casa que parecía “una cueva prehistórica”. En ella solo había libros. Su padre fue el gran escritor Henri Queffélec, al que algunos inscriben en el regionalismo literario. Y su hermano, el exitoso novelista Yann Queffélec, ganador del Premio Goncourt. A ella también le tentó la literatura, sin la que no podría sobrevivir. La pianista cree que el frugal entorno en el que transcurrió su infancia benefició sus aspiraciones artísticas. “La modernidad era vista con gran suspicacia por mi padre, porque la consideraba nefasta para la vida intelectual y espiritual. Retrospectivamente, no me quejo. Creo que me dio armas para resistir a ciertas invasiones de la vida moderna”, admite. Hoy vive sin pantallas a su alrededor, consciente del exotismo que eso supone. “El cambio respecto a mi juventud ha sido vertiginoso. Se ha producido un desarrollo frenético de la comunicación, de la puesta en escena del yo. La autocelebración y la competición entre músicos siempre han existido, pero no de la misma manera”, asegura. 




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